HYBRIS
Vol. 13 N° Especial
A 50 años de El Anti-Edipo. Vigencias para una política
REVISTA DE FILOSOFÍA ISSN 0718-8382, Septiembre 2022, pp. 131-155
www.cenaltesediciones.cl
Félix Guattari y el problema de la organización
política: Transversalidad, polivocidad y diagramatismo entre micropolítica y macropolítica
Félix Guattari and the problem of politics organization:
Transversality, polivocity and diagram between micropolitics and
macropolitics
Jesús Ayala-Colqui∗
Universidad Científica del Sur
yayalac@cientifica.edu.pe
DOI: 10.5281/zenodo.7231914
Recibido: 13/03/2022
∗
Aceptado: 15/06/2022
Resumen: El presente artículo elucida la posición de
Félix Guattari sobre la organización política. Por este
término entendemos la manera cómo, teórica y
prácticamente, se construye y se desarrolla una
militancia en lo real social, lo cual implica sostener
una postura respecto al rol de los partidos, las
instituciones y el Estado. A fin de precisar la
especificidad del abordaje guattariano, desarrollado
entre Psychanalyse et transversalité y Mille Plateaux,
comparamos su planteamiento con los desarrollos
tradicionales del anarquismo y el socialismo. Con ello
se asegura una aprehensión de la posible
singularidad de los conceptos guattarianos de
transversalidad, polivocidad, diagramatismo, entre
otros. Finalmente, se reflexiona sobre el lugar que
ocupa la macropolítica en estos conceptos.
Abstract: The aim of this papers is to elucidate Félix
Guattari’s position on political organization. By this
term we understand the way in which, theoretically
and practically, militancy is built and developed in the
social reality, which implies maintaining a position
regarding the role of parties, institutions and the State.
In order to define the specificity of the Guattarian
approach, developed between Psychanalyse et
transversalité and Mille Plateaux, we compare his
perspective with the traditional developments of
anarchism and socialism. This allows an
apprehension of the possible singularity of the
Guattarian concepts of transversality, polivocity,
diagram, among others. Finally, we reflect on the
place that macropolitics occupies in these concepts.
Palabras clave: agenciamiento, transversalidad,
diagrama, micropolítica, macropolítica.
Keywords: assemblage, transversality, diagram,
micropolitics, macropolitics.
Jesús Ayala-Colqui se desempeña como profesor investigador de la Universidad
Tecnológica del Perú y como profesor de la Universidad Científica del Sur.
https://orcid.org/0000-0002-9059-5401
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1. Introducción
En Organs Without Bodies (2003), Slavoj Žižek realiza diversas críticas a la obra de
Deleuze y Guattari. Da a entender, entre otras cosas, que Guattari habría
deformado el proyecto deleuziano. Por medio de una pregunta retórica se afirma
que El anti-Edipo de Deleuze, primera pieza coescrita con Guattari, es
“probablemente su peor libro” (Žižek, 2006, p. 38). La intromisión guattariana –
retomándose una idea que ya expusiera en su momento Badiou (1977)– habría
hecho de Deleuze un “ideólogo del capitalismo tardío” (p. 209). Frente a esto,
Žižek se propone encauzar la obra deleuziana a partir de insumos hegelianos y
lacanianos a fin de obtener “una “política deleuziana” diferente” (Žižek, 2006, p.
16). En el fondo, se trata de la contraposición de dos vertientes políticas
antagónicas: por un lado, la representada por Deleuze que, según la presentación
que hace el esloveno, es una suerte de radicalismo anarquista y posmoderno; por
otro lado, la representada por el mismo Žižek que es expuesta por él mismo como
una fiel y consecuente posición marxista y leninista. Pues bien, el presente trabajo
parte de esta coyuntura no para tomar partido por un autor determinado (Žižek o
Deleuze), sino para inquirir el estatuto particular de la posición política de
Guattari: ¿la obra de Guattari sería, según todo lo dicho, una claudicación
posmoderna y superficial de toda crítica al capital, de suerte que lo único que
podría esperarse de ella son impotencias políticas y desviaciones doctrinarias? Para
responder esta pregunta tomaremos como hilo conductor la cuestión de la
“organización política” entendiendo por ello la manera cómo, teórica y
prácticamente, se construye y se desarrolla una militancia en lo real social. Si, a
juicio de Žižek, la obra política de Guattari –con o sin Deleuze– no es crítica ni
mucho menos leninista, ¿podríamos decir que su legado está condenado a ser
encasillado dentro de los parámetros del anarquismo y el izquierdismo o, por el
contrario, Guattari desarrolla en su diálogo con Marx un gesto singular no
subsumible a las categorías predeterminadas por las experiencias políticas del
marxismo y el anarquismo al uso? A fin de responder esta cuestión, dividimos el
artículo en tres apartados. En la primera parte explicitamos, de manera asaz
sucinta, la distinción entre anarquismo (bakuniano y kropotkiniano) y socialismo
(leninista) en torno a la cuestión de la organización política y a la de la relación de
la militancia con el Estado. Con esto esperamos obtener la base teórica desde la
cual discernir la posible singularidad de la apuesta guattariana. En la segunda parte
ahondamos en los meandros de la obra guattariana en orden a construir algunos
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rasgos distintivos de su posición política organizativa. En la tercera parte, a modo
de conclusión, discutimos la relación macropolítica entre los conceptos
guattarianos y el Estado.
2. Anarquismo horizontalista y socialismo centralista antes
de Guattari
La disputa entre anarquismo y socialismo alcanza un punto álgido en la crítica de
Marx y Engels a otros teóricos del movimiento obrero decimononónico (Collins
& Abramsky, 1965, pp. 229, 280, 293). En el s. XIX toda una pléyade de autores
–Lasalle, Proudhon, Bakunin, Kropotkin junto a los ya citados– adoptaron una
posición crítica frente al orden social burgués. Y a partir de este suelo común surgió
una variedad de discusiones y contraposiciones teóricas acerca de la posición
política que habría de asumir el movimiento obrero europeo. Si bien estos autores
y militantes comparten el mismo objetivo de emancipar a la clase obrera del
dominio burgués –dominio que se expresa, por ejemplo, en la existencia de la
propiedad privada de los medios de producción–, disienten en los procedimientos
organizativos, tanto cuanto en el aparataje teórico. Para decirlo esquemáticamente:
unos se decantan, con fragmentos de sindicalismo francés y la filosofía alemana,
en un rechazo inmediato del Estado burgués y sus formas derivadas de autoridad
e institucionalidad (anarquismo); otros, con un recurso constante y, a la vez, crítico
a la filosofía clásica alemana, en un rechazo mediato del Estado proponiendo como
etapa transicional una dictadura política de los obreros (socialismo). Es sobre esta
línea divisoria que se pueden trazar matices, superposiciones, inflexiones en las
múltiples variantes de cada corpus teórico-práctico (Ward, 2004; Newman,
2005).
Marx y Engels, ora de manera conjunta, ora de manera aislada, escriben, en
consecuencia, sendos libros y cartas contra los otros autores mencionados con el
objetivo de argüir la viabilidad de su postura socialista.
Puede considerarse, en lo que respecta a la cuestión de la organización –tema al
cual nos ceñimos en este artículo–, la siguiente carta de Proudhon a Marx, fechada
el 17 de mayo de 1846, donde aquel le responde a este sobre la invitación de
publicar una correspondencia general de teóricos del movimiento obrero:
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Creo que no necesitamos de ello [un golpe de fuerza, una
revolución] para triunfar y que, por consiguiente, no debemos fijar
la acción revolucionaria como medio de reforma social, porque ese
pretendido medio sería simplemente un llamado a la fuerza, a lo
arbitrario, concretamente una contradicción. Para mí el problema es
así: hacer entrar en la sociedad, por una combinación económica,
las riquezas que han salido de la sociedad por otra combinación
económica. (citado en Marx & Engels, 1987, p. 129)
De esto se colige una primera diferencia entre Proudhon, que asimilaremos tout
court al anarquismo o, en todo caso, al reformismo pequeñoburgués, y
Marx/Engels, detentores de una perspectiva socialista: el socialismo plantea la vía
de la fuerza para realizar el cambio social hacia una sociedad sin clases sociales, el
anarquismo rechaza el recurso a toda forma de violencia y autoridad1. La diferencia
será más palpable en el Manifest der Kommunistischen Partei (1848) donde Marx y
Engels llaman a constituir un partido distintivo que agrupe a los trabajadores en
una dirección decididamente anticapitalista cuyo objetivo sea la abolición de la
propiedad privada, la eliminación del trabajo asalariado y, por último, la extinción
del antagonismo de clase. Dado que “solo el proletariado es una clase
verdaderamente revolucionaria” (Marx, 2015, p. 125) –es decir, es el sujeto
universal que debe guiar la revolución2–, la transformación de la sociedad ha de ser
guiada por ella que, a su vez, se constituye, con la toma del poder, en la “clase
dominante” (Marx, 2015, p. 134). Esta constitución no significa sino la
institución de un Estado y, más precisamente, un Estado centralista que dirige,
entre otras cosas, la propiedad, el crédito, los medios de transporte y otras
instituciones “pertenecientes al Estado” (Marx, 2015, p. 135). Este dominio del
proletariado como clase organizada será entendido ulteriormente por Marx como
1
2
Por lo demás, la publicación del libro de Proudhon Système des contradictions
économiques ou Philosophie de la misère (1846) ameritará una crítica severa y
cáustica de sus fundamentos económicos de parte de Marx y Engels en Misère
de la philosophie (1847).
Ya tempranamente en Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie (1843-1844)
Marx veía al proletariado como el sujeto de la revolución: “Cuando el
proletariado anuncia la disolución del orden social subsistente, sólo expresa el
secreto de su propia existencia, ya que él es la disolución efectiva de ese orden
universal social. Cuando el proletariado reclama la negación de la propiedad
privada, sólo eleva a la categoría de principio de la sociedad lo que la sociedad
ha convertido en su principio, lo que en el proletariado está ya encarnado, sin
su cooperación, como resultado negativo de la sociedad” (2015, p. 105).
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“dictadura del proletariado”. En una carta del 5 de marzo de 1852 se lee: “la lucha
de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; […] esta misma
dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y
hacia una sociedad sin clases” (Marx & Engels, 1974, p. 50). La experiencia de la
Comuna de París de 1871, acontecimiento histórico donde efectivamente los
obreros toman el poder estatal, exige que los juicios de Marx y Engels sobre el
Estado se maticen. Así conciben ahora el Estado socialista, la dictadura del
proletariado, como una transición cuya meta final no es sino su autoextinción: “La
Comuna ha demostrado, sobre todo, que ‘la clase obrera no puede limitarse
simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse
de ella para sus propios fines’” (Marx, 2015, p. 112). De ahí que, si bien se requiera
en un primer momento al Estado, este habrá de extinguirse a la postre, puesto que
en el futuro comunismo no habrá necesidad de tal aparato, que no es sino un
instrumento de dominación de una clase sobre otra. A propósito de la Comuna,
en una carta del 12 de abril de 1871, afirma lo siguiente el filósofo de Tréveris:
“expongo como próxima tentativa de la revolución […] no hacer pasar de unas
manos a otras la máquina burocrático-militar, […] sino demolerla [zerbrechen], y
ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el
continente” (Marx & Engels, 1989, p. 244)3. Tal demolición, insistimos en este
punto, requiere empero un Estado, a diferencia del anarquismo que reniega de él.
Lo estatal es, pues, el medio de transición a la sociedad sin clases porvenir. Marx
(2015) resume esto en 1875 con las siguientes palabras:
Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el
período de la transformación revolucionaria de la primera en la
segunda. A este período corresponde también un período político
de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura
revolucionaria del proletariado. (p. 455)
3
Engels (1968) anota “El primer acto en el cual el Estado aparece realmente como
representante de la sociedad entera —la toma de posesión de los medios de
producción en nombre de la sociedad— es al mismo tiempo su último acto
independiente como Estado. La intervención de un poder estatal en las
relaciones sociales va haciéndose progresivamente superflua en un terreno tras
otro, y acaba por inhibirse por sí misma [und schläft dann von selbst ein]. En
lugar del gobierno sobre personas aparece la administración de cosas y la
dirección de procesos de producción. El Estado no “se suprime”, sino que se
extingue [Der Staat wird nicht »abgeschafft«, er stirbt ab]” (p. 278).
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Los socialistas propugnan, por lo tanto, un verticalismo estatal provisorio que
administre los medios de producción.
A contramano, el anarquismo cuestiona la necesidad de este Estado socialista: “Los
anarquistas nos han echado en cara el ‘Estado popular’” (Marx & Engels, 1957, p.
226). Bakunin es uno de los primeros abanderados del anarquismo y, como tal,
realiza una crítica frontal a la posición socialista:
He ahí dos métodos diferentes. Los comunistas creen deber
organizar las fuerzas obreras para posesionarse de la potencia
política de los Estados; los socialistas revolucionarios se organizan
teniendo en cuenta la destrucción, o, si se quiere una palabra más
cortés, teniendo en cuenta la liquidación de los Estados. Los
comunistas son partidarios del principio y de la práctica de la
autoridad; los socialistas revolucionarios sólo tienen confianza en la
libertad. (Bakunin, 1977, p. 166)
Resulta llamativo que Bakunin se denomine a sí mismo socialista revolucionario;
en realidad, su postura es anarquista o ácrata, toda vez que propugna un rechazo
rotundo a un aparato organizativo estatal:
La futura organización social debe ser hecha solamente de abajo a
arriba, por la libre asociación y federación de los trabajadores, en las
asociaciones primero, después en las comunas, en las regiones, en
las naciones, y finalmente en una gran federación internacional y
universal. (Bakunin, 1977, p. 174)
Esta idea federalista, que propone que no haya un poder central sino un
conglomerado de agrupaciones autónomas, Bakunin la retoma de Proudhon,
quien ya la postulara en Du principe fédératif (1863). Asimismo, el francés ya había
opuesto maniqueístamente libertad y autoridad en ese texto4, dualidad que retoma
4
“El principio de Autoridad es familiar, patriarcal, magistral, monárquico y
teocrático; tiende a la jerarquía, a la centralización y a la absorción; y como viene
dado por la Naturaleza, es esencialmente fatal o divino, o como guste llamarlo.
Su acción siempre puede ampliarse o restringirse según la lucha y la resistencia
que le oponga el principio contrario, pero nunca puede aniquilarse. El principio
de Libertad es personal, individualista, crítico, agente de división, de elección y
de transacción; viene dado por el Espíritu. En consecuencia, es un principio
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Bakunin. Por su parte, Kropotkin (2015) repite el principio antiestatal: “la
Comuna de París no será un Estado gobernado, sino un pueblo que se gobierna él
mismo, directamente, sin intermediarios, sin amos” (p. 153). Los anarquistas, por
consiguiente, proponen un horizontalismo donde las relaciones de autoridad sean
recusadas y los vínculos sociales sean agregativos y federales.
Ahora bien, a efectos de realizar la comparativa con Guattari tomaremos como
referencia a un teórico socialista más en la medida que no solo elucida cómo ha de
ser la organización política de la sociedad postcapitalista, sino también formula la
manera en la cual debe ser construida una militancia: Lenin. En efecto, el
revolucionario ruso, al menos en los aspectos políticos que aquí estudiamos, amplía
la perspectiva socialista con la reconsideración del lugar relativo del Estado y, sobre
todo, le añade una nueva capa de complejidad al teorizar la naturaleza y el sentido
del partido. Asimismo, él representa paradigmáticamente una hostilidad contra la
postura anarquista horizontalista. Ya en ¿Qué hacer? (1902), el militante eslavo
expone la necesidad de conformar un partido que unifique a la clase obrera. Caso
contrario la conciencia del proletariado solo se resolvería en cuestiones sindicalistas
sin una meta revolucionaria integral. Es decir, la conciencia de clase debe ser
implantada desde fuera: “la convicción de que se puede desarrollar la conciencia
política de clase de los obreros desde dentro […]. Esta opinión es radicalmente falsa”
(Lenin, 1976a, p. 429). Precisamente esta labor la cumple el partido que se
caracteriza por ser único, centralizado y dirigente: “Nosotros debemos asumir la tarea
de organizar la lucha política bajo la dirección de nuestro partido” (Lenin, 1976a,
p. 435)5. Conformado por una “vanguardia” de revolucionarios a tiempo
completo, el partido asume la tarea de representar y educar al proletariado, el cual
se asume por ende como ineducado y apremiado por la representación política:
5
esencialmente arbitral-decisorio, superior a la naturaleza de la cual se sirve y a
la fatalidad a la que domina; es ilimitado en sus aspiraciones, y como su opuesto,
es susceptible de ampliación o restricción, pero su desarrollo no tiene fin y la
coacción es incapaz de aniquilarlo” (Proudhon, 2008, p. 28).
“Pero ahora somos ya un partido organizado, lo que implica el establecimiento
de la autoridad, la trasformación del poder de las ideas en el poder de la
autoridad, la subordinación de los organismos inferiores a los organismos
superiores del partido” (Lenin, 1976b, p. 395).
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La socialdemocracia representa a la clase obrera no solo en su
relación con un grupo determinado de patronos, sino en sus
relaciones con todas las clases de la sociedad contemporánea, con
el estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto,
que los socialdemócratas no solo no pueden circunscribirse a la
lucha económica, sino que ni siquiera pueden admitir que la
organización de las denuncias económicas constituya su actividad
predominante. Debemos emprender activamente la labor de
educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia
política. (Lenin, 1976a, p. 407)
La propuesta leninista se concretiza en el II Congreso del Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia en 1903. En esta reunión se concretiza una
centralización jerárquica y unívoca del partido obrero ruso con dos elementos
esenciales: el Comité Central, conformado por unos cuantos miembros elegidos
en el Congreso y quienes tienen la potestad de aceptar o excluir nuevos miembros
del partido, determinar la creación de nuevos comités y recibir financiamiento de
los comités; y el Órgano Central, un periódico que informaría sobre la posición
del partido y que serviría, por tanto, como instrumento de propaganda (Lenin,
1976b). El político ruso corrobora su juicio sobre la imperiosidad de la jerarquía
en su crítica a la democracia: “en la práctica, nunca ha podido ninguna
organización revolucionaria aplicar un amplio democratismo, ni puede aplicarlo,
por mucho que lo desee” (Lenin, 1976a, p. 485). Por ello, en Un paso adelante, dos
pasos atrás (1904) solo se muestran dos alternativas excluyentes: “¿Oportunismo y
anarquismo, o burocracia y formalismo?: así es como se plantea el problema ahora”
(Lenin, 1976b, p. 284). Resulta significativo que Lenin reconozca, antes de la
URSS estalinista, el problema de la burocracia, una cuestión que acepta sin
miramientos, porque, en rigor, ese partido-vanguardia no es otra cosa que una
burocracia de sujetos. Por otro lado, Lenin acepta la propuesta estatista de Marx y
Engels sin reservas incidiendo en la pertinencia del socialismo y un Estado que, si
saberse cuándo, tendrá que extinguirse por mor del desarrollo social:
El proletariado necesita del poder, una organización centralizada de
la fuerza, una organización de la violencia, tanto para aplastar la
resistencia de los explotadores como para dirigir a la enorme masa
de la población —el campesinado, la pequeña burguesía, los
semiproletarios— en la tarea de “organizar” una economía
socialista. (Lenin, 1976c, p. 37)
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La eliminación de la burocracia se traduce, del mismo modo, en una tarea de
inercia social: “No se puede pensar en abolir la burocracia de golpe, en todas partes,
y por completo. Es una utopía” (Lenin, 1976c, p. 59)6. En suma, Lenin propone
un centralismo socialista donde la acción política resulte mediada y dirigida por un
partido burocrático.
Frente al anarquismo horizontalista (bakuniano y kropotkiniano) y el socialismo
jerárquico (leninista), ¿qué lugar ocupa la obra de Guattari? ¿Uno que puede
reducirse a las etiquetas de anarquismo y socialismo o, por el contrario, uno que
complejiza la discusión y plantea una figura oblicua respecto a ellas?
3. Transversalidad, polivocidad y diagramatismo en Guattari
La trayectoria intelectual de Félix Guattari se inscribe en una militancia estudiantil
y clínica que responde, en la década del 60, a una crisis de los partidos socialistas y
a la búsqueda de nuevas formas de expresión política que tomen en consideración
las nuevas problemáticas y los sujetos políticos emergentes (los locos, las mujeres,
los homosexuales, etc.) (Dosse, 2010). Así Guattari comienza a vincularse con
organizaciones políticas en las fábricas y en las universidades (especialmente, en
Paris I - Sorbonne) y, al mismo tiempo, empieza un trabajo como analista en la
clínica experimental La Borde dirigida por Jean Oury. De esta experiencia práctica
surgirá como relevo teórico la necesidad de una articulación y reformulación de
dos corpus discursivos: el marxismo y el psicoanálisis. Ambos, en su estado
inmediato y socialmente generalizado, resultan impotentes, anquilosados,
denegados. El problema con ellos es que
El marxismo, en todas sus versiones, ignora al deseo y pierde fuerza
en la burocratización y en el humanismo, mientras que el freudismo
no solamente ha permanecido ajeno desde sus orígenes a la lucha de
clases, sino que además no ha cesado de desfigurar sus primeros
hallazgos sobre el deseo inconsciente para intentar reconducirlo, con
las manos esposadas, a las normas familiares y sociales del orden
dominante [esto es, al orden capitalista]. (Guattari, 2017, pp. 22-23)
6
Por lo mismo, Lenin cuestiona el federalismo anarquista: “El federalismo como
principio, se deriva lógicamente de las concepciones pequeñoburguesas del
anarquismo. Marx es centralista.” (Lenin, 1976c, p. 63).
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En consecuencia, la labor militante tiene que vérselas con esta herencia para
renovar sus contenidos y expresiones y así incidir transformativamente en lo real.
Es esto lo que Guattari trabaja en una serie de artículos, notas y conferencias escrita
entre 1955-1971 y editada bajo el título de Psychanalyse et transversalité (1972). De
entrada, se propone que la sociedad no es una agrupación aritmética de individuos
sino un conjunto de colectividades. Ahora bien, la manera como se organizan estas
colectividades responde tanto a criterios políticos como psicoanalíticos: la forma
en que se decanta las relaciones sociales implica maneras de establecer vínculos
sociales y posiciones de deseo. Se pueden conceptualizar dos polos por los que
oscila toda modulación social: grupo-sometido (groupe-assujetti) y grupo-sujeto
(groupe-sujet). El primero refiere a una colectividad que sigue un modelo
jerárquico, centralista y burocrático y que, por lo mismo, no puede introducir
nuevas enunciaciones del deseo: tal es la manera “alienada” en la cual se encuentran
los grupos bajo el orden capitalista burgués, pero también bajo el orden socialista
burocrático. El segundo mienta una colectividad que rompe con los escalafones y
las burocracias en orden a constituirse “agente colectivo de enunciación” y, por
tanto, da lugar a nuevas posiciones deseantes: tal es la disposición político-deseante
de una colectividad propiamente revolucionaria. Pero, y esto es lo más importante,
Guattari no asume el grupo-sujeto como un mero conjunto horizontalista,
espontaneísta y anárquico. Su rechazo a la burocracia y la autoridad no lo devuelve
a las canteras del anarquismo. Para esto desarrolla un concepto singular: la
transversalidad (transversalité). Leemos:
La transversalidad es una dimensión que pretende superar los dos
impasses, la de una pura verticalidad y la de una simple
horizontalidad; tiende a realizarse cuando una comunicación
máxima se efectúa entre los diferentes niveles y sobre todo en los
diferentes sentidos. (Guattari, 1976, p. 101)
Mientras el anarquismo, por un lado, se limita a una invectiva contra la autoridad
colectiva y presupone la individualidad como sustrato de una libertad
indeterminada; Guattari preconiza conexiones y relevos, núcleos y unificaciones
para modular un nuevo deseo. Mientras el socialismo, por otro lado, invalida toda
crítica a la burocracia a fin de dar lugar a un centralismo jerarquizado en el Partido
y el Estado y, a la vez, presupone la necesidad de una representación política
directiva y educadora; Guattari aboga por una presentación heterogénea e
inmanente, no representativa, de las colectividades, donde nuevas posiciones
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inconscientes sean forjadas. Los grupos-sujetos, con sus “coeficientes de
transversalidad”, rompen con las limitaciones anarcosocialistas para revolucionar
los presupuestos capitalistas del socius. Además, la transversalidad sirve para, en el
acto analítico, designar una modalidad distinta a la de la transferencia
psicoanalítica: “Propongo introducir, en lugar de la noción demasiado ambigua de
transferencia institucional, un nuevo concepto: el de transversalidad en el grupo.
Transversalidad por oposición a: una verticalidad […]; una horizontalidad”
(Guattari, 1976, p. 100). Mientras la transferencia se reduce a la relación
analizante-analizado –“el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se
actualizan sobre ciertos objetos [o sujetos], dentro de un determinado tipo de
relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación
analítica” (Laplanche & Pontalis, 1996, p. 463)–, la transversalidad remite a una
suerte de contagio oblicuo, conectivo y creativo del deseo en un grupo. Posteriormente,
el concepto transversalidad mutará en el conocido vocablo rizoma (rizhome) –que
es originariamente guattariano como se aprecia nominalmente en Lignes de fuite
(1979) y como se aprehende conceptualmente en sus primeros escritos (AyalaColqui, 2022a y 2022d)–.
Los grupos-sujetos, asimismo, a diferencia del partido leninista centralizado, no
representan ni educan a la masa, son una configuración inmanente de la
colectividad a la que pertenecen:
La reconstrucción de una vanguardia revolucionaria que tenga por
función, no de representar a las masas, sino de estructurarlas, de
coordinarlas en sus luchas según una estrategia elaborada
colectivamente, de transformar las relaciones de fuerza, con el
objetivo fundamental de una supresión del modo de un
derrocamiento de las burguesías en el poder, se vio bloqueada
durante todo el período de hegemonía de la corriente estaliniana.
(Guattari, 1976, p. 126)
El grupo-sujeto es, por tanto, un nexo, un engarce, un rizoma que conecta a las
diversas multiplicidades que tienen el mismo objetivo anticapitalista. El rizoma,
pues, no niega la coordinación, la organización y la unificación en torno a un
objetivo central, es decir, el rizoma no es anárquico –como pueden creer muchos
ilustres deleuzianos que, dicho sea de paso, pareciera que nunca hubieron leído a
Guattari (Massumi, 1992; Colson, 2018; Gray Van Heerden & Eloff, 2019)–,
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«Félix Guattari y el problema de la organización política».
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sino heterárquico y multicéntrico, de suerte que dota de mayor multiplicidad a las
estructuras tradicionales partidarias, puesto que los grupos-sujetos requieren
forzosamente de coordinación y unión y, por ende, de un partido: “El papel de la
vanguardia revolucionaria es contribuir a la unificación de las luchas” (Guattari,
1976, p. 147). Cuando la transversalidad-rizoma se burocratiza unívocamente en
los socialismos reales o cuando se reduce a un plano horizontalismo ácrata, se
pierde el suelo desde el cual remontar la sociedad burguesa. Cabe señalar que
Guattari, pese al rechazo del modelo burocrático jerárquico, aún no conceptualiza
una co-multiplicidad de sujetos revolucionarios, toda vez que mantiene aún el rol
central del proletariado como clase universal: “La clase obrera no puede ni debe
dialogar con la pequeña burguesía, el campesinado, los monopolios […]. Su único
interlocutor es ella misma en tanto que está marcada por su finalidad histórica”
(Guattari, 1976, p. 147). Pero, a diferencia del leninismo7, es el obrero quien funda
la verdad de la militancia y no el partido: “Nuestra insistencia en requerir de la
clase que exprese y funde la verdad del partido revolucionario” (Guattari, 1976, p.
148). Esto porque “El partido y los sindicatos están sistemáticamente a la zaga de
la creatividad de las masas” (Guattari, 1976, p. 187). En consecuencia, si para
Guattari subsiste la noción de partido como vanguardia lo hace como grupo-sujeto
de nexo multicéntrico y expresión de la masa, antes que como grupo-sujetado de
jerarquía unívocamente centralizada y representativa.
Otra consideración relevante para cartografiar la organización política en Guattari
es la conceptualización del inconsciente. En esto, Guattari, quien fue discípulo de
Lacan (Dosse, 2010; Watson, 2009), intenta oponerse frontalmente al lacanismo.
Si el analista parisino propone que “el inconsciente está estructurado como un
lenguaje” (Lacan, 1987, p. 28), Guattari rechaza radicalmente el concepto de
estructura. En su lugar erige, antes que Deleuze usara el término junto a él, el
vocablo “máquina” (machine): “La máquina, como repetición de lo singular
constituye un modo, e incluso el único modo posible, de representación unívoca
7
En todo caso, para Guattari, el leninismo representó en su momento una
novedad histórica que introdujo nuevas enunciaciones en la realidad social, fue
un “corte” (coupure) en la historia. Sin embargo, la posterior burocratización del
bolchevismo hizo que su inicial potencia de grupo-sujeto termine como gruposujetado: “La concepción que los bolcheviques tenían de las relaciones entre las
masas y la vanguardia implicaba que el partido revolucionario –de hecho, el
aparato– tomara la delantera en toda circunstancia, hablara en nombre las
masas, las dirigiera, etcétera” (Guattari, 1976, p. 215).
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de las diversas formas de subjetividad en el orden de lo general en el plano
individual o colectivo” (Guattari, 1976, p. 277).
En los Écrits pour l'anti-Œdipe (2012 [1970-1972]) Guattari ahonda en la noción
de máquina que funciona como sucedáneo del concepto grupo-sujeto y, a la vez,
perfila el ulterior concepto de agenciamiento (agencement) –que ya había aparecido
en su primer libro bajo el sintagma “agente colectivo de enunciación” (AyalaColqui, 2022a y 2022d)–: “Se perfilan en el horizonte otros agenciamientos
maquínicos, otras producciones […]. Es la noción de grupo-sujeto (de
transversalidad)” (Guattari, 2019, p. 118). En estos documentos Guattari remarca
que no se trata de una perspectiva anarcolibertaria sino de una renovada
perspectiva anticapitalista que no excluye la organización y la conexión: “No hay
vuelta atrás ni anarquismo. El problema consiste en vaciar a las estructuras de
investimentos de interés de clase de su substancia mortífera y fascistizante”
(Guattari, 2019, p. 237)
Es sobre este marco conceptual y a partir de este manojo de documentos que
Guattari co-escribe L'Anti-Œdipe con Deleuze, libro donde se explicita qué se
entiende por máquina. Este no es sino un concepto que designa la dinámica de los
acoples de los flujos de la realidad: cortes, codificaciones y restos a través de tres
síntesis (conectiva, disyuntiva, conjuntiva). La máquina que realiza tal actividad
no es otra cosa que el deseo –“el deseo es este conjunto de síntesis pasivas que
maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como
unidades de producción” (Deleuze & Guattari, 1980, p. 33), de suerte que el
inconsciente no es ni un teatro ni una representación significante, sino una
“fábrica”– y, frente a ello, lo técnico-social no vendría a ser una instancia extrínseca,
sino la inmanente expresión del deseo bajo otro régimen:
En verdad, la producción social es tan sólo la propia producción
deseante en condiciones determinadas. Nosotros decimos que el
campo social está inmediatamente recorrido por el deseo, que es su
producto históricamente determinado […]. Sólo hay el deseo y lo
social, y nada más. (Deleuze & Guattari, 1980, pp. 35-36)
Por consiguiente, la problemática de un cambio social ha de tomar en cuenta al
inconsciente, ya que “el deseo forma parte de la infraestructura” (Deleuze &
Guattari, 1980, p. 110) e inviste lo social. Aquí la transversalidad, a la vez política
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y deseante, es pensada como “uso legítimo inmanente” de las síntesis: parciales,
inclusivas, polívocas; lo cual nuevamente no debe ser leído como un cheque en
blanco al anarquismo, sino como la modulación de una postura revolucionaria
singular. Dado que puede hacerse una diferencia entre interés y deseo, o entre lo
preconsciente y lo inconsciente, la transversalidad puede operar en ambos
elementos. Lo relevante es constituir líneas oblicuas en el inconsciente, de suerte
que un polo paranoico-fascista que toma a las síntesis del deseo como jerárquicas,
exclusivas, biunívocas dé lugar a un polo esquizo-revolucionario que trabaja con
las síntesis de modo fragmentario, incluyente y múltiple. Por lo tanto, la crítica al
socialismo no solo implica señalar que este carece de transversalidad –de hecho,
pueda tenerla a nivel del interés y las instituciones sociales8–, sino que a nivel
inconsciente no carga con un deseo transversal:
Podemos concebir, pues, que un grupo pueda ser revolucionario
desde el punto de vista del interés de clase y de sus catexis preconscientes, pero que no lo sea y que incluso siga siendo fascista y
policíaco desde el punto de vista de sus catexis libidinales. (Deleuze
& Guattari, 1980, p. 359)
De cara a la confrontación con el socialismo, se puede plantear la cuestión: ¿este
polo esquizo-revolucionario, que ocupa el lugar del grupo-sujeto de los primeros
textos de Guattari, “representa” al proletariado o, mejor aún, “es” el proletariado?
En realidad, la respuesta es no. La clase para Guattari está constituida por el interés
y en él se puede ser proletariado o burgués; el polo o investimento, por el contrario,
está modelado por el inconsciente y en él se puede asumir un polo esquizo o un
polo fascista9. Por consiguiente, si bien no se elimina la posición de clase y de
interés, sí se la relativiza, pues lo fundamental no es interesarse por la posición
proletaria, sino investir un deseo esquizo-revolucionario. Caso contrario, si solo se
sigue una posición de interés, la “revolución” termina siendo una expresión más
8
9
A partir de la distinción entre lo preconsciente y lo inconsciente, Deleuze y
Guattari (1980) sugieren que en Lenin podría darse una disparidad en ambos
planos: “Lo que lo complica todo, en verdad, es que los mismos hombres pueden
participar de las dos clases de grupos bajo diversas relaciones (Saint-Just, Lenin)”
(p. 359).
Esto explica también la recurrencia de los (neo)fascismos luego del agotamiento
del fascismo clásico y, sobre todo, cómo detrás los discursos de aparente libertad
y creatividad se fragua un modelo jerárquico de dominación del capital. Cfr.
Ayala-Colqui, 2022b y 2020c.
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del capital, dado que no se ha comprendido que lo social es ya lo inconsciente, que
el deseo es la infraestructura a cambiar:
Un Estado supuestamente socialista implica una transformación de
la producción, de las unidades de producción y del cálculo
económico. Pero esa transformación sólo puede realizarse a partir
de un Estado ya conquistado que se halla ante los mismos
problemas axiomáticos de extracción de un excedente o de una
plusvalía, de acumulación, de absorción, de mercado y de cálculo
monetario. Por lo tanto, […] el proletariado triunfa de acuerdo con
su interés objetivo, pero realizándose esas operaciones bajo la
dominación de su vanguardia de conciencia o de partido, es decir,
en provecho de una burocracia y de una tecnocracia que valen por
la burguesía como «gran ausente» […]. La obra inmensa de Lenin y
de la revolución rusa consistió en forjar una conciencia de clase
conforme al ser o el interés objetivo e imponer a los países
capitalistas un reconocimiento de la bipolaridad de clase. Pero este
gran corte leninista no impidió la resurrección de un capitalismo de
Estado en el propio socialismo. (Deleuze & Guattari, 1989, p. 263)
Por esta razón, resulta llamativo cómo Hirose (2021) en un libro reciente, que por
lo demás es bastante meritorio, afirma que L'anti-Œdipe es un texto “leninista”.
De hecho, los primeros párrafos de Deleuze y Guattari que cita el japonés (Hirose,
2021, pp. 27-29; Deleuze & Guattari, 1980, pp. 261-264) no presentan la
posición de los franceses, sino, por el contrario, una descripción crítica de lo que
fue el leninismo (como lo acabamos de ver en la extensa cita precedente). Si el
Anti-Edipo fuera leninista, ¿se sostendría que es el polo esquizo, y no el
proletariado, el “sujeto” revolucionario? ¿Se afirmaría la productividad deseante de
la masa en desmedro del partido leninista centralizado? ¿Se propondría una
organización polívoca, parcial, inclusiva, en suma, transversal, en lugar de una
jerarquía centralizada de revolucionarios profesionales que comanden y
representen a las colectividades? ¿Habría necesidad, en fin, de realizar una crítica
al Estado socialista, a la burocracia y a la tecnocracia inaugurados por el modelo
ruso? Todas estas cuestiones son ignoradas por el bello libro de Hirose (2021) que,
por lo demás, no referencia directamente a Lenin. A contramano, diremos que
L'Anti-Œdipe no es otra cosa que un libro que continúa la crítica al socialismo
leninista inaugurado por Guattari en Psychanalyse et Transversalité.
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La diferenciación de Guattari con la postura leninista, tanto cuanto con la
corriente anarquista, puede aprehenderse también en La révolution moléculaire
(1977): “Neguémonos, por tanto, a elegir entre el espontaneísmo impotente de los
anarquistas y la sobrecodificiación burocrática, militar y jerárquica de los
bolcheviques, como si no hubiera otras alternativas” (Guattari, 2017, p. 228). Dos
son los términos que sirven para designar la transversalización política: máquina
de guerra (machine de guerre) y agenciamiento (agencement), los cuales ocupan el
lugar de los conceptos previos de grupo-sujeto y polo esquizo-revolucionario
(Ayala-Colqui, 2022a y 2022d). La máquina de guerra no hace otra cosa que
expresar conectivamente el deseo productivo de la colectividad social permitiendo
así la unificación de diversas luchas, no su estéril dispersión anarquizante:
¿cómo pretende usted unificar las luchas puntuales sin un partido?
¿Cómo hacer que funcione la máquina sin un aparato de Estado? Es
evidente que la revolución necesita de una máquina de guerra, pero
eso no tiene nada que ver con el aparato de Estado. Sin duda
necesita una instancia de análisis de los deseos de las masas, pero
no un aparato exterior que realice la síntesis. (Guattari, 2017, p. 77)
La máquina de guerra es, por tanto, expresiva e inmanente, unificadora y, a la vez,
heterogeneizante. Evita la “dicotomía simplista” (Guattari, 2017, p. 38) entre
centralismo y espontaneísmo. Por su parte, el agenciamiento remite a una manera
plural y, empero, unificada de investir el deseo de una colectividad. Para precisar
el estatuto de este término Guattari se vale de la noción de “diagrama”
(diagramme), lo que implica una ampliación de la conceptualización maquínica
del inconsciente. En efecto, si otrora el inconsciente era una máquina que realiza
procesos ensamblativos diversos, ahora aparece más explícitamente como una
multiplicidad de producciones semióticas. Es decir, si el inconsciente produce, su
producción no solo remite a significantes verbales, sino también a semióticas
corporales, gestuales, pictóricas, visuales, sonoras, máxime asignificantes (AyalaColqui, 2020d). Es una fábrica de contenidos y expresiones que trascienden el
estrecho marco lingüístico y formal. Guattari (2017) distingue tres tipos de
semióticas: significantes, simbólicas y diagramáticas. La primera remite al lenguaje
verbal articulado, la segunda a elementos no verbales y la tercera a componentes
“asignificantes”: “Los signos funcionan ocupando el lugar y el espacio de los
objetos a los que hacen referencia, independientemente de los efectos de
significado que puedan darse de forma colateral” (Guattari, 2017, p. 221). En tal
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sentido, lo diagramático no solo trae elementos asignificantes, sino que a la vez
desestabiliza los componentes significantes y simbólicos previamente asignados: “el
diagramatismo, por definición, no puede ser contenido en un estrato semiótico,
porque siempre es transemiótico” (Guattari, 2017, p. 536). Por eso, lo
diagramático es esencialmente creativo y productivo movilizando signos y cosas.
Mas es también conectivo y unificador en la medida que vincula toda esa
redefinición de regímenes de signos y cosas. Es, pues, como el rizoma multicéntrico
y heterárquico: “un diagramatismo maquínico exactamente igual que los demás
elementos del rizoma” (Guattari, 2017, p. 556). El diagramatismo da concreción
a esa idea de unificación heterogenizante que no pasa por una instancia
exclusivamente y unilateralmente central10.
En Lignes de fuite (1979) Guattari insiste en la tarea de organización de
agenciamientos colectivos (agencements collectifs). Contrario al modelo centralista,
cuyo socialismo burocrático no es más que “el estadio supremo del capitalismo”
(Guattari, 2013, p. 96), se impone la tarea de una lucha “analítica-militante” que
habrá de construir cartografías experimentales en la realidad social:
La confección del rizoma de una pragmática que depende de dicho
agenciamiento no tendrá por fin la descripción de un estado de
hecho, el reequilibrado de relaciones intersubjetivas, o la
exploración de los misterios de un inconsciente agazapado en los
oscuros rincones de la memoria. Estará por el contrario
enteramente volcada hacia una experimentación en contacto con lo
real. No descifrará un inconsciente ya constituido, cerrado sobre sí
mismo, lo construirá. (Guattari, 2013, p. 207)
Tanto la noción de agenciamiento como la de máquina de guerra reaparecen en
Mille Plateaux (1980). La máquina de guerra se erige como contraconcepto del
aparato de Estado (appareil d’État): es exterior a este y, a la vez, coexiste y se
confronta con él. Mientras el aparato de Estado codifica las multiplicidades, la
máquina de guerra opera un vector nómade de “desterritorialización”, lo cual
significa que rechaza sus jerarquías dicotómicas y en su lugar permite proliferar
heterarquías policentradas que expresen la inventiva del deseo. Bajo tales
10
Deleuze en su libro sobre Foucault señalará que el diagrama procede por
“uniones primarias no localizables” (Deleuze, 1987, p. 63) y en la carta “Désir et
plaisir” dirá que “el diagrama, irreductible a la instancia global estatal, [opera]
[…] una micro-unificación” (Deleuze, 2008, p. 128).
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coordenadas la sociedad ya no se puede definir como compuesta por meros
antagonismos de clase que operan el orden del interés, sino como
desterritorializaciones o “líneas de fuga” que pugnan por traer nuevos posibles en
el orden del inconsciente:
Se dice equivocadamente (sobre todo en el marxismo) que una
sociedad se define por sus contradicciones. Pero eso solo es cierto a
gran escala. Desde el punto de vista de la micropolítica, una sociedad
se define por sus líneas de fuga, que son moleculares. Siempre fluye
o huye algo, que escapa a las organizaciones binarias, al aparato de
resonancia, a la máquina de sobrecodificación: todo lo que se
incluye dentro de lo que se denomina “evolución de las
costumbres”, los jóvenes, las mujeres, los locos, etc. (Deleuze &
Guattari, 1988, p. 220)
Con esto Guattari toma como “sujeto” político a las minorías. No obstante, es
menester explicitar el sentido preciso de este vocablo a efectos de evitar
malentendidos y apropiaciones espontaneístas, anarquistas, máxime posmodernas.
La minoría (minorité) no se define por su cantidad, sino por su “inasignabilidad”,
esto es, por su carácter incodificable que evita ser subsumida por la axiomática del
capital y el aparato de Estado:
Lo que define, pues, una minoría no es el número, sino las relaciones
internas al número. Una minoría puede ser numerosa o incluso
infinita; e igual ocurre con una mayoría. Lo que las distingue es que
la relación interna al número constituye en el caso de una mayoría
un conjunto, finito o infinito, pero siempre numerable, mientras que
la minoría se define como conjunto no numerable, cualquiera que
sea el número de sus elementos. Lo que caracteriza lo innumerable
no es ni el conjunto ni los elementos, más bien es la conexión, el “y”,
que se produce entre los elementos; entre los conjuntos, y que no
pertenece a ninguno de los dos, que les escapa y constituye una
línea de fuga. (Deleuze & Guattari, 1988, p. 473)
La minoría puede ser un gran partido, asociación, conjunto de militantes, o
también una mínima cantidad de agenciamientos revolucionarios, pero lo crucial
es que adopten una forma de militancia no subsumible por el capital. Una de las
vías para evitar esto no es sino incidir en la transversalidad que no niega la potestad
de la organización militante, sino que la expresa policéntricamente.
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Ahora, si bien la máquina de guerra/minoría es el “sujeto” político múltiple, ello
no excluye que el proletariado, como clase social, ocupe un rol preponderante en
el análisis y, más aún, ello no invalida que –a despecho de la postura anarquista–
se plantee no tirar al trasto el socialismo, sino redefinirlo:
La potencia de minoría, de particularidad, encuentra su figura o su
conciencia universal en el proletario. […] Al mismo tiempo, el
problema de las minorías es más bien acabar con el capitalismo,
redefinir el socialismo, constituir una máquina de guerra capaz de
responder a la máquina de guerra mundial, con otros medios. […] No
se trata de una dispersión o de una fragmentación: se trata más bien
de la oposición entre un plan de consistencia y el plan de organización
y de desarrollo del capital, o el plan socialista burocrático. Un
constructivismo, un “diagramatismo”, actúa en cada caso mediante la
determinación de las condiciones del problema, mediante las
relaciones transversales de los problemas entre sí: se opone tanto a la
automatización de los axiomas capitalistas como a la programación
burocrática. (Deleuze & Guattari, 1988, pp. 475-476)
No es cuestión de dispersiones ácratas, sino de un plan, una organización, una
unificación multilateral; en una palabra, una transversalidad o un diagramatismo
que recupera la potencia política del proletariado, que conjuga minoritariamente
la militancia con otras “sujetos” políticos y que, en fin, redefine el partido y el
socialismo conjurando toda burocracia, todo representacionalismo y todo
pedagogismo. Habría que matizar, por tanto, la posición de Guattari frente al
socialismo: en efecto, hay una oposición, pero es una que se expresa en una crítica
a su modelo tradicional, dogmático, totalitario, burocrático y que, en el caso
particular de Mille Plateaux, aboga por una remodelación del mismo antes que por
una simple cesura y vaciamiento horizontalista11.
Pues bien, por todo lo dicho, con los conceptos de transversalidad, polivocidad,
rizoma, diagrama y los grupos-sujetos/polos esquizo/agenciamientos/minorías,
Guattari desarrolla una actitud singular que no puede subsumirse en los
significantes del anarquismo y el socialismo tradicional, pues plantea que la
11
Por lo tanto, contra la lectura Hirose (2021), no es Mille Plateux el libro que
abandona la herencia soviética para dar lugar a meras minorías
contemporáneas, sino que es este el que se acerca propiamente a la tradición
rusa en un sentido propositivo y apropiativo.
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organización política revolucionaria debe agenciar multiplicidades sociales de
manera conjuntiva y organizada a partir de conexiones transversales, diagramáticas
y multicéntricas, las cuales se unifican para operar una recusación conjunta al
capital. No se trata de representar a las colectividades sociales, sino de expresarlas
o, mejor aún, que ellas mismas se expresen con sus respectivos relevos organizativos
y tácticos. No se trata tampoco de un horizontalismo espontáneo que se horroriza
ante la coordinación y la organización de diversos conjuntos sociales, o que suma
aritméticamente federaciones, sino de una conexión partidaria, clasista y
unificadora de las multiplicidades contra el capital. Tal lucha contra el modo de
producción burgués no se resuelve en el plano molar de las instituciones sociales,
sino, ante todo, en el plano molecular del inconsciente. Es por eso que Guattari
usa el sintagma “revolución molecular” o “micropolítica del deseo”: se trata de
cambiar transversalmente nuestros modos de investir el deseo. Pues el capital no
solo hace que las corporalidades vivientes devengan productoras de valor (AyalaColqui, 2021), sino que también las transforma en un inconsciente subsumido en
la valorización cuantitativa del valor, de suerte que más allá de la conciencia de
clase hay un “inconsciente de clase” por disputar.
Pero, de este modo, ¿Guattari, sin ser anarquista ni socialista, no rechaza toda
posible “macropolítica” que implique cambios materiales a grandes escalas,
mediaciones institucionales? ¿No sucumbe su propuesta ante un mero
voluntarismo sin efectos en la materialidad social?
4. A modo de conclusión: sobre la macropolítica en Guattari
Vinculado a la lectura anarquista de Deleuze y Guattari –ostensible, por ejemplo,
en los ya citados Massumi, 1992; Colson, 2018; Gray Van Heerden & Eloff,
2019, y otros epígonos en la región– está la idea de que los franceses plantean un
rechazo cerrado al Estado y, por extensión, a toda institución pública o colectiva.
Sin embargo, esta lectura es igual de equívoca.
Primero, cuando Guattari en Psychanalyse et transversalité ofrece una crítica al
burocratismo de la mano del concepto de grupo-sujeto, no por eso se opone a la
institución. Dice literalmente:
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Podríamos decir que las revoluciones producen instituciones […].
Solo con la historia del movimiento obrero desde Marx en adelante
asistimos a la construcción de un proyecto consciente que apunta a
la creación de modelos institucionales no utópicos para la
modificación de la estructura del Estado –en la perspectiva de una
declinación futura del Estado–, para la puesta en marcha de un
poder revolucionario, la instauración de organismos políticos, a las
exigencias de la lucha de clases. (Guattari, 1976, p. 184)
Por consiguiente, esa creatividad transversal de la masa puede expresarse muy bien
en instituciones organizadas: “La consolidación de un nivel de transversalidad en
una institución permite que se instituya en el grupo un diálogo de nuevo tipo”
(Guattari, 1976, p. 104).
Segundo, la micropolítica del deseo no sería “nada” si no fuera inmanente con la
macropolítica y si no se reafirmara en ella: “las fugas y los movimientos moleculares
no serían nada si no volvieran a pasar por las grandes organizaciones molares, y no
modificasen sus segmentos, sus distribuciones” (Deleuze & Guattari, 1988, p.
221) y, viceversa, “la línea de segmentos (macropolítica) está inmersa y se prolonga
en un flujo de cuantos (micropolítica) que no cesa de modificar, de agitar los
segmentos” (Deleuze & Guattari, 1988, p. 222). Por ello, toda organización
transversal y minoritaria puede relevarse en instituciones macropolíticas que
confirmen su potencia micropolítica.
Tercero, existe una reversibilidad entre lo micropolítico y lo macropolítico:
inclusive formas institucionales, asociativas, máxime estatales pueden llegar a
iniciar procesos de cambios micropolíticos: “Gilles Deleuze y yo siempre intentamos
cruzar esa oposición con otra, la que existe entre micro y macro. Se trata de
oposiciones diferentes. Lo molecular, como proceso, puede nacer en lo macro. Lo
molar puede instaurarse en lo micro” (Guattari & Rolnik, 2006, p. 150).
Esas son las tres razones, pues, por las que hay que rechazar una lectura antiinstitucionalista o reductivamente micropolítica de Guattari12.
12
Lo mismo podría decirse de Deleuze. Ferreyra (2020), por ejemplo, ha ensayado
ya una lectura afirmativa del Estado, en coordenadas intensivas, a partir de
Différence et répetition. Ergo, no solo la obra autónoma de Guattari, sino
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«Félix Guattari y el problema de la organización política».
HYBRIS. Revista de Filosofía, Vol. 13 N° Especial. A 50 años de El Anti-Edipo. Vigencias para
una política. ISSN 0718-8382, Septiembre 2022, pp. 131-155
En fin, una última palabra sobre el socialismo. En el libro que coescribe con Negri
en la década del 80, un momento de gran reacción política, esos “años de invierno”
donde lo más cómodo y sencillo era renunciar a una postura contestataria13,
Guattari realiza una crítica frontal al socialismo clásico, mas no al proyecto
comunitario14:
Nos dicen que el comunismo ha muerto. A nosotros nos parece que
la afirmación es inexacta, y que moribundo está más bien el
socialismo […]. En los Estados socialistas del Este europeo, durante
los últimos cuarenta años, la mistificación ideológica, el fraude
burocrático, el cinismo teórico han representado las únicas fuerzas
de legitimación del poder y ello no ha podido dejar de producir
fenómenos radicales de rechazo. […] El socialismo no se identifica
tanto con la superación del sistema del capital y del trabajo
asalariado como con una alternativa socioeconómica del
capitalismo. (Guattari & Negri, 1999, pp. 13-15)
Por todo lo dicho, podemos decir que Guattari no solo desarrolla una postura
impar frente a anarquismos y socialismos al uso, sino que también ofrece un nuevo
corpus crítico contra el capital. Estamos lejos, pues, de ese “ideólogo del capitalismo
tardío” que hubiera “desviado” a Deleuze. Nos encontramos, por el contrario,
frente a uno de los militantes y pensadores más originales que nunca dejó de pensar
nuevas posibilidades para superar una forma de vida dominada por el valor de
cambio, el trabajo abstracto, la modificación del plusvalor y la valorización del
valor (Ayala-Colqui, 2022d) y así arribar a una situación revolucionaria que sea, a
la vez, micropolítica y macropolítica
13
14
también la de Deleuze confirma que es errático propugnar, desde el horizonte
conceptual deleuzo-guattariano, un rechazo a toda institución macropolítica.
Guattari no abandonó su militancia aun en la época de más dura reacción
conservadora tal y como lo demuestra sus textos de los años 80 (Guattari &
Negri, 1999; Guattari & Rolnik, 2006), su compromiso ecológico posterior
(Dosse, 2010; Nadaud, 2015) y su vínculo con los movimientos emancipatorios
en América Latina (Dosse, 2010; Durán, 2020).
Véase a este respecto Spinelli (2021), quien esclarece acertadamente la relación
entre Guattari y comunismo.
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«Félix Guattari y el problema de la organización política».
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