John Updike: Los Maple

por Alejandro Prada Vázquez

John Updike murió en 2009 dejando tras de sí un considerable número de buenos libros que, si bien no representan ningún hito literario dentro de las letras norteamericanas (aunque gozó, con razón, de muchas atenciones y prestigio por parte de la crítica y el público durante buena parte de su vida), sí puede considerársele como uno de esos agudos analistas del modus vivendi estadounidense: sus libros diseccionan, o viviseccionan, cabría mejor decir, a esos proteicos componentes de las clases medias occidentales, y lo hace con grandes dosis de humor y profundidad existencial: los  claroscuros del amor y el sexo, las pasiones más sofisticadas y civilizadas, así como la soledad y el hastío, quedan bajo la lupa de Updike elegantemente retratadas.

Su creación más relevante fue Harry Angstrom, conocido como “Conejo”, personaje que ocupó a Updike en cuatro celebradas novelas, dos de las cuales, en 1982 y 1991, merecieron el premio Pulitzer. También creó otro personaje para nada carente de interés, por su naturaleza antiheroica y que a mí me resulta muy agradable, llamado Henry Bech, que apareció en varias historias y que fueron luego extendiéndose en tres distintos libros. Como se puede comprobar por lo dicho hasta ahora, Updike sintió verdadero apego por sus personajes y disfrutó de su compañía a menudo, dándoles más y más peripecias y crecimiento sobre el papel en blanco. Así, Los Maple, conjunto de cuentos editados en 2020 por Alba editorial en su colección de literatura contemporánea, es otra de esas creaciones idiosincrásicas de Updike, tan recurrente como entretenida: los Maple son el matrimonio protagonista de estos dieciocho relatos que Updike fue escribiendo intermitentemente hasta mediados de los años ochenta. Como él mismo dice en el prólogo que acompaña a esta antología, los Maple se le aparecieron por primera vez (en la cabeza, claro está), en Nueva York en 1956 y «desaparecieron de su vista durante siete años y reaparecieron a las afueras de Boston en 1963 donando sangre». Más adelante seguirían llamando a su puerta, envejeciendo como si fuesen de carne y hueso, como él mismo.

Cargado de vaivenes, inseguridades, cercanías, distancias, celos e ironías, el matrimonio de Richard y Joan Maple es un caso perdido. Sinceros hasta el absurdo, bromean incluso, el uno ante el otro, sobre sus amantes. Se hacen daño, se hacen gracia; miran para otro lado, no se aclaran. El carácter fragmentario al que se ve sometida su historia, por no tratarse de una novela y carecer por tanto de una mayor coherencia narrativa y estilística, nos obliga a someternos a episodios específicos de la vida de la pareja: desde que se mudan a Greenwich Village, tras dos años de casados, hasta que finalmente el matrimonio hace aguas y ellos, con distintas parejas, se hacen viejos. Señalar esto no implica destripar el asunto: ya el propio Updike se encarga en sus palabras preliminares de apuntarlo. Lo importante es, en todo caso, hacer vida con ellos al leerlos, con sus hijos y sus amigos, con sus miedos y sus alegrías.

Por último, parece prudente advertir que este es un libro que merece la pena, especialmente, si ya se ha leído a Updike con anterioridad y se ha disfrutado de él: nunca lo recomendaría como primera opción o toma de contacto con él, pues el lector puede llevarse una idea demasiado desacertada de la capacidad y calidad narrativa del escritor norteamericano. Me atrevo a decir, y creo que sería difícil no convenir en esto, que la función de este libro es la de complementar la visión que ya se tenga de Updike para seguir explorándolo y entendiéndolo en otro contexto: en el de las distancias cortas durante un largo periodo de tiempo. Sí, para leer Los Maple, uno ya tiene que sentir cariño por Updike. Algo que tampoco resultará complicado que suceda.

Por último, ya sabéis que si queréis más lecturas y recomendaciones podéis seguirme en la siguiente dirección de Twitter: @PRADA_VAZQ